SOBRE LA CONJURA DE LOS SENSATOS (I)
Mi conflicto interno parte de una premisa que va contra el principio de no contradicción. Separar en compartimentos estancos ciertos pensamientos fundamentales ayuda a que unas ideas no escapen de su confinamiento y, por tanto, no puedan mezclarse con las de otros compartimentos. Esto dota a mi mente limitada del poder de creer en Dios para, un tiempo después, declararme ateo.
Esto dota a mi pensamiento de gran plasticidad y flexibilidad, abriendo mi mente a todo tipo de posibilidades sin entrar a juzgar de forma definitiva ninguna de ellas.
De hecho, puedo argumentar en un sentido o en otro. Esta concurrencia aparente permite comparar dos tesis y enfrentarlas en el tablero de la mente, desgranando todas sus variantes y posibles celadas. Puedo, por tanto, aceptar el realismo y a continuación abrazar el idealismo, o creer que vivimos en una simulación.
La utilidad de esta metodología psicológica ayuda a no encasillar la mente y dejar en suspenso distintas visiones hasta que nuevos indicios suministren un mayor valor a las mismas.
El resultado es un intelecto plural y rico a pesar de las limitaciones físicas del mismo. Aunque, lamentablemente, existen personas que escogen determinadas plantillas de pensamiento y las rellenan de forma meticulosa con la influencia y los estímulos recibidos, según indica una determinada filiación. A estas personas les cuesta más cambiar de opinión o cambiar la piel del pensamiento y suelen ser, por lo general, los candidatos perfectos para abrazar un integrismo o un fundamentalismo, ya que vinculan su identidad a una determinada plantilla; al carecer de otros compartimentos, someten a la mente a un dogma rígido e inflexible que defiende a capa y espada los principios con los que se identifica.
Curiosamente, estas mentes rígidas son las que mayor certidumbre o seguridad psicológica demuestran, realizando sus acciones bajo un claro compromiso con una plantilla simple pero efectiva que colma la mayor parte de sus necesidades e inquietudes intelectuales.
De hecho, cuando mentes flexibles y menos flexibles se comparan, existe una representación mayoritaria de la inflexibilidad porque el proceso de aprendizaje y educación ha recaído, por lo general, en fuerzas externas que han moldeado o preparado a estas mentes a su imagen y semejanza. Mientras que la flexibilidad se convierte en una rara avis que, por su escasez, resulta más valiosa e incluso generadora de conflictos que sancionan o censuran en buena medida su propia dinámica cambiante en el pensar.