EL JUICIO

Publicado el 01 de noviembre de 2025 | Por J.C. Sobrepere | 69 visitas
Resumen: Breve exposición de los hechos acaecidos en el tribunal contra el último representante de un arte que creíamos enterrado.

Jacob se encontraba en el banquillo de los acusados, cabizbajo y apesadumbrado. Mientras, a su alrededor llenando la gran sala del tribunal una turba de hombres grises chillaban su nombre mientras le señalaban al unísono con el dedo, con los rostros desencajados, presos de una cólera y una rabia indescriptibles.

Su mirada convulsa, apenas se atrevía a ojear aquel paisaje tan hostil y desolador. Simplemente cerraba los ojos con fuerza y buscaba huir abstrayéndose, pero sus fuerzas creativas parecían haberle dado la espalda, justo ahora, en el momento que más las necesitaba.

Su traje, de colores vivaces, con la tela arrugada y alguna que otra mancha obscena contrastaba notablemente con la pulcritud inmaculada y gris de todo aquel público que lo insultaba.

De repente, cuando parecía que la sala iba a venirse abajo ante el empuje de aquel escándalo ensordecedor, se hizo un silencio sepulcral que obligó a Jacob a abrir los ojos.

Un hombre gigantesco, vestido completamente de negro irrumpía entre los presentes por una puerta anexa para acceder a su asiento en lo más alto del estrado. Aquel ser que parecía no humano, era el juez.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jacob cuando éste le dedicó una mirada. Aquellos ojos, insondables bajo la penumbra de aquellas tremendas cejas de ogro no dejaban traslucir ningún tipo de emoción.

En ese momento el juez, tras carraspear brevemente y de una forma algo sórdida, se dispuso a lanzar su arenga sobre aquel público gris y expectante.

"Señoras y señores, estamos hoy aquí reunidos para dar cumplida sentencia de un hecho atroz y lamentable del que ha sido víctima toda nuestra comunidad..."

"... El responsable de tan horrible delito se encuentra aquí" ­dijo mientras extendía su enorme brazo en dirección al banquillo de los acusados.­ "Este hombre, desoyendo las voces sordas e implícitas de nuestras leyes, no solo se ha dedicado a imaginar, sino que además, se ha atrevido a plasmarlo en un libro. Circunstancia por la cual, muchos de los hasta entonces más íntegros y saludables miembros de nuestra comunidad han enfermado debido al veneno de unas ideas y unas palabras que no es concebible siquiera pronunciarlas."

"Jacob Admunsen" ­dijo el juez solemnemente, dirigiéndole una mirada hostil e intimidatoria­ "¿Cómo se considera usted a tenor de estas graves acusaciones?, ¿Culpable o inocente?"

Por un momento el acusado se mostró callado, cabizbajo, amedrentado, como un pelele sin reacción alguna. Pero de repente algo en él cambió. Alzó su cabeza, mostrando su rostro orgulloso ante la concurrencia, la tensión pareció abandonarle y sus facciones se suavizaron otorgándole una apariencia de honda serenidad. Sus ojos dejaron de rehuir el encuentro y sostuvieron desafiantes las miradas de aquel público que parecía querer descuartizarlo.

"Me declaro escritor"­ contestó.

Esto soliviantó definitivamente el ánimo de aquellos hombres y mujeres grises, que en un arrebato de rabia comenzaron a arrojar de forma incontrolada todo tipo de objetos contra el acusado.

El juez tuvo que intervenir amenazando con desalojar la sala, lo que motivó que el ambiente fuese gradualmente apaciguándose, hasta que por fin el silencio hizo posible continuar con la vista.

"Muy bien"­ repuso el juez­ "Está claro que no solo se declara culpable, sino que además se hace llamar escritor. En vista de ello, no puedo más que imponer la peor de las condenas, pero antes de poner fin a todo esto le permitiré que pueda pronunciar sus últimas palabras ante esta instancia. Que así sea, y que esta última gracia conste como una prueba más de la imparcialidad de este tribunal."

Entonces Jacob, hurgó en su traje y extrajo de uno de sus bolsillos la vieja pluma, cómplice de su delito y que tantas veces le había acompañado en atmósferas y paisajes imaginarios, la besó dulcemente y tornó su mirada compasiva al público.

"Os miro y solo veo uniformidad, os miro y solo veo conformismo. Para un ser humano como yo no existe mayor tristeza que observar la indiferencia y la pasividad dibujada en vuestros rostros. ¿Dónde ha ido a parar vuestra imaginación? ¿En qué lejanas tierras la dejasteis olvidada? Os dejáis guiar por un materialismo sordo y ciego, ajeno a las inquietudes y las necesidades del espíritu.

Hoy expiraré aquí ante vosotros, soy el último representante de un arte que enterrasteis, la literatura. Mi delito ha consistido en intentar resucitarla y ciertamente no me arrepiento, únicamente con haber iluminado a unos pocos de vosotros con su luz me siento recompensado.

Cuando yo haya muerto os sentiréis vacíos en vuestro interior, inútilmente intentaréis encontrar consuelo en vuestro entorno material, en vuestros relucientes coches, frente al televisor. No, esta vez será un adiós definitivo y la certidumbre de que una parte muy profunda de cada uno habrá muerto os provocará un desasosiego terrible e insoportable.

Aunque me voy alegre porque intuyo y os profetizo que alguno de vosotros, el más valiente, desafiará el orden establecido y volverá a resucitar la literatura."

Poco tiempo después, la vida de Jacob Admunsen fue segada mientras en otra parte, no muy lejos de allí, podía oírse el llanto de esperanza de un niño recién nacido.

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